lunes, 28 de septiembre de 2015

Hard-luck Scheele [vídeo]


Si había una charla que tenía ganas de ver este año en Naukas Bilbao 2015, esa era la de mi admirado tocayo Daniel Torregrosa, el autor del estupendo blog Ese punto azul pálido. La charla estaba programada para la edición anterior, pero por motivos personales el bueno de Dani tuvo que aplazarla.

Sin duda, la espera ha merecido la pena. En menos de diez minutos, Dani rinde su personal homenaje a una humilde figura que no tiene el reconocimiento que se merece en la historia de la Química, sobre todo si repasamos la casi interminable lista de sus méritos. Se trata del sueco Carl Wilhelm Scheele (1742-1786).


Carl Wilhelm Scheele | Fuente

A lo largo de su breve pero fructífera vida, Scheele aisló un número impresionante de compuestos de todo tipo, desde minerales hasta gases, pasando por ácidos orgánicos e inorgánicos. Descubrió un buen puñado de sustancias muy útiles, como la glicerina o el amoniaco. E intervino de manera decisiva en el descubrimiento de varios elementos, como el oxígeno o el cloro, aunque por diversos motivos no logró que se le reconociera el mérito de uno solo de ellos. Ningún otro químico, antes o después de él, ha sido capaz de descubrir e identificar una cantidad semejante de sustancias.

Y por si la charla te ha dejado con ganas de más, aquí van otros logros de Scheele que Dani no pudo comentar por falta de tiempo, y que espero que ayuden a comprender la verdadera dimensión de este genio de la Química.
  • Fue elegido miembro de la Academia Sueca de Ciencias en 1775, una distinción nunca concedida antes (ni después) a un ayudante de boticario.
  • Descubrió la barita, el ácido sulfhídrico y el arseniuro de hidrógeno.
  • Estimó correctamente el porcentaje de oxígeno que hay en la atmósfera.
  • Demostró que la plombagina era básicamente carbono y obtuvo grafito a partir de él.
  • Descubrió un mineral compuesto por tungstato de calcio, que más tarde fue bautizado en su honor como scheelita.
  • Descubrió que el fósforo era un componente de los huesos e ideó un método para obtenerlo en grandes cantidades a partir de las cenizas de los huesos. Hasta ese momento, se utilizaba la orina como materia prima del fósforo; el cambio fue, en todos los sentidos, muy beneficioso. Poco después, el fósforo empezó a utilizarse en las primeras cerillas y, en 1855, el fabricante sueco J. E. Lundström se hizo millonario al patentar los fósforos de seguridad. Desde entonces, existe una notable industria de cerillas en Suecia.
  • Scheele se dio cuenta que el cloro descoloría flores y hojas. Esta propiedad del cloro tuvo una gran repercusión comercial, pues antes se blanqueaban las prendas mediante la acción de la luz solar. Cuando el método de blanqueo se perfeccionó añadiéndole cal al cloro, el proceso completo pasó de durar varios meses a apenas unas horas. Todavía hoy sigue usándose para este fin en la industria papelera.
  • En 1782, Scheele recomendó que, para la conservación del vinagre, éste fuera hervido en un recipiente cerrado al menos durante una hora para la fermentación y destrucción de los gérmenes. Así, el boticario sueco se anticipó en más de un siglo a los métodos de esterilización que propondría Pasteur a finales del siglo XIX.
Creo que después del vídeo y de todo lo anterior podemos afirmar que Scheele fue uno de los grandes químicos del siglo XVIII y, por qué no, de la historia.

NOTA: Esta entrada participa en la L Edición del Carnaval de Química que organiza  el blog de JEDA Granada.

lunes, 21 de septiembre de 2015

No podía haber en el mundo hombres más felices que los científicos

Vasili Grossman (1905-1964)

Qué ingenuas le parecían a Shtrum las ideas de los físicos de mediados del siglo XIX, las opiniones de Helmholtz que reducía la tarea de la física al simple estudio de las fuerzas de atracción y repulsión, las cuales dependían sólo de la distancia.

¡El campo de fuerzas es el alma de la materia! La unidad que comprende onda de energía y corpúsculo de materia… la estructura granular de la luz… ¿Es una lluvia de gotas luminosas o una onda fulgurante?
La teoría cuántica ha sustituido las leyes que rigen las entidades individuales físicas por otras nuevas: las leyes de la probabilidad, las de una estadística especial que ha abandonado la noción de individualidad y reconoce sólo el conjunto. A Shtrum los físicos decimonónicos le evocaban la imagen de hombres con bigotes teñidos, enfundados en trajes con cuellos altos y almidonados, con puños rígidos, apiñados alrededor de una mesa de billar. Aquellos hombres con profundidad de pensamiento, pertrechados con reglas y cronómetros, frunciendo sus tupidas cejas, medían velocidades y aceleraciones, determinaban las masas de las esferas elásticas que llenaban el tapete verde del espacio universal.
Pero de repente el espacio, medido con varillas y reglas metálicas, y el tiempo, mesurado con relojes de alta precisión, comienzan a curvarse, dilatarse y aplastarse. La inmutabilidad ya no es el fundamento de la ciencia, sino los barrotes y muros de su cárcel. Ha llegado el momento del Juicio Final. Las verdades milenarias se han declarado erróneas. En antiguos prejuicios, en los errores y en las imprecisiones ha dormido durante siglos, como en un capullo, la verdad suprema.
El mundo dejó de ser euclidiano, su naturaleza geométrica estaba formada por masas y sus velocidades.
La progresión de la ciencia ganó rapidez en un mundo liberado por Einstein de las cadenas del tiempo y el espacio absolutos.
Hay dos corrientes: una que tiende a escrutar el universo, la segunda que trata de penetrar en el núcleo del átomo, y aunque caminan en direcciones opuestas nunca se pierden de vista, aunque una recorra el mundo de los pársecs y la otra se mida en micromilímetros. Cuanto más profundo se sumergen los físicos en las entrañas del átomo, más evidentes se vuelven para ellos las leyes relativas a la luminiscencia de las estrellas. El desplazamiento al rojo que se produce en el espectro de radiación de las galaxias lejanas dio origen al concepto de universos que se dispersan en un espacio infinito. Pero bastaba acotar la observación a un espacio finito semejante a una lente, curvado por velocidades y masas, para poder concebir que era el propio espacio el que se expandía, arrastrando tras de sí las galaxias.
Shtrum no lo dudaba: no podía haber en el mundo hombres más felices que los científicos… A veces, por la mañana, de camino al instituto, y durante los paseos vespertinos, y también aquella noche mientras pensaba en su trabajo, le embargaba un sentimiento de felicidad, humildad y exaltación.
Las fuerzas que llenaban el universo de la luz suave de las estrellas se liberaban en la transformación del hidrógeno en helio…
Dos años antes de la guerra dos jóvenes alemanes habían logrado la fisión de un núcleo atómico pesado bombardeándolo con neutrones, y en sus investigaciones los físicos soviéticos habían llegado, por vías diferentes, a resultados similares; de repente experimentaron la misma sensación que cientos de miles de años antes tuvieron los hombres de las cavernas al encender la primera hoguera.
Desde luego era la física la que determinaba el curso del siglo XX. Al igual que en 1942 era Stalingrado lo que estaba determinando el curso de todos los frentes de la guerra mundial.
Pero Shtrum se sentía acechado por la duda, el sufrimiento, la desesperación.”

(Este es el capítulo 17 de la monumental Vida y Destino de Vasili Grossman, un libro que estoy disfrutando como pocos y del que todavía me quedan casi 800 páginas.) 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Reseñas Buk Magazín: El mundo después de la revolución

(Esta entrada se publicó primero en el número 21 de Buk Magazín, que puedes leer online.)


Título del libro: El mundo después de la revolución. La física de la segunda mitad del siglo XX
Autor: José Manuel Sánchez Ron
Editorial: Pasado y Presente

Cuando uno piensa en la física del siglo XX, lo primero que se le viene a la cabeza son las dos grandes revoluciones con las que se inició: por un lado, la teoría de la relatividad y, por otro, la mecánica cuántica. Mucho se ha escrito ya de eso, pero no tanto de lo que ha ocurrido después de esas revoluciones.

Ése es el desafío que se ha planteado el físico, historiador de la ciencia y académico de la lengua José Manuel Sánchez Ron en este libro: repasar todo lo que ha dado de sí la segunda mitad del siglo XX, sin olvidarse tampoco de sus antecedentes en la primera mitad.

El resultado, sin duda, es extraordinario. Por sus páginas desfilan los científicos más importantes del último siglo, muchos de ellos desconocidos para el gran público. Asistiremos al nacimiento de disciplinas como la cosmología o la física de altas energías. Y seremos testigos de la aplicación de esos desarrollos en tecnología que ha mejorado la calidad de nuestra vida, como el GPS, Internet o la medicina nuclear, entre otros.

Un libro muy completo y rico en referencias, magistralmente escrito, en el que destaca el apabullante trabajo de documentación del autor. Basta decir que la bibliografía se extiende 50 páginas, y que el índice alfabético lo hace otras 14.

En definitiva, una obra que se convertirá muy pronto en una referencia para aquellos que quieran conocer y profundizar en la física del siglo pasado.